¡Cuántas formas han inventado las empresas de creaciones intelectuales para restringir a sus clientes! Software, películas, libros, música, todos sin excepción no han dudado en su momento en complicarle la vida a sus clientes para defender sus ganancias. Aparte de la obvia prohibición de sacarle copias a un libro/álbum/película/etcétera, aquí va un listado de las restricciones más incómodas que se les han ocurrido (y conste, que nos limitamos al copyright y ni siquiera hablamos de los pleitos por patentes y marcas registradas):

  • EULA/CLUF: La base legal de los demás, en cierta forma. «Al abrir este sobre/comprar este libro/pulsar el botón de aceptar, Ud. indica la aceptación de los términos de esta licencia», la cual puede incluir todo tipo de restricciones, incluso más allá de las legales.
  • Compra de licencia: Alias «Este programa es licenciado, no vendido» o «El porte pagado por este álbum/libro/filme no autoriza al cliente a» …una larga lista de cosas, incluyendo su reproducción o presentación en público. El dinero del cliente le compra el derecho a reproducir la obra a solas y poco más.
  • DRM: Quizá el caso más famoso de todos. En buena teoría, son las siglas en inglés de «Manejo de Derechos Digitales», aunque más bien son los derechos del vendedor; para el cliente es más bien un Gestor de Restricciones Digitales. Obligar al usuario a reproducir el archivo por el que pagó a través un programa específicamente diseñado para impidirle copiar el archivo a otra parte, y en el peor de los casos hacerlo pagar de nuevo si el archivo es borrado (incluso por la propia compañía), armó un pleito bastante predecible, tras el cual DRM se retiró en algunas tiendas digitales de música. Sin embargo, aún así sigue siendo de uso corriente.
  • DLC en disco: Parecido al DRM, pero en videojuegos. El «contenido adicional» del juego (modos de juego, escenarios, o peor aún, el verdadero final del juego) ya está programado y en el disco, pero hay que pagar para desbloquearlo. ¡Ah!, y la compra es intransferible como buen DRM que es.
  • Restricciones geográficas: No sólo por capricho del autor, o por no hallar un mercado rentable en una región, puede volverse literalmente ilegal ver o importar una serie mientras se resida en un país dado. Puede que, además de eso, un programa de DRM se encargue de cumplir con dicha restricción, como el caso de las zonas de los DVDs.
  • Restricción de préstamo: Incluso antes del DRM, que explícitamente impide prestar obras, varios libros tenían una cláusula (cortesía del EULA/CLUF implícitamente aceptado al comprar el libro) que obligaba al cliente a nunca prestar o ceder el libro a otra persona.
  • Canon de copia: Hay países donde la copia privada se tolera, pero ocasionalmente se exige una compensación monetaria por ello. El problema es que, en buena parte de los casos, dicho canon se aplica a, literalmente, todo artefacto capaz de copiar, desde impresoras hasta tarjetas de memoria, e indistintamente de si se usan para copiar obras con copyright o no.

Estas restricciones, junto con la extensión retroactiva del derecho de autor, se nos imponen unilateralmente. Las compañías que se benefician de ello usan su influencia para pedir más restricciones, que aumentan su control, y así se meten en una suerte de círculo vicioso. ¿Lo peor? Su siguiente petición implica violar derechos fundamentales: básicamente consiste en vigilar permanentemente a cada usuario de la red para que no comparta del todo. Tendrán sus buenas razones para haber hecho todas las anteriores, pero ahora que están a punto de quitarnos el derecho a la privacidad, ¿no creen que ya llegaron suficientemente lejos?